lunes, julio 12, 2010

El calorcito de la semana pasada, sumado a la dura lucha de mi jean chupín VS el sobrepeso invernal, me hicieron pensar seriamente en hacer algo con mi cuerpo.
No para llegar divina al verano ( lamentablemente esa ilusión quedó atrás hace tiempo) sino para llegar digna. Necesito saber que me van a volver a entrar los cuatro preciosos jeans de Maria Cher, hoy inutilizados.
Como ya  se que de los 30 días, voy a ir uno a lo sumo dos, me anoté en un gimnasio a la vuelta de mi casa. Es lo que se dice un gimnasio de barrio, no es un GYM. No es lo mismo. En mi gimnasio hay olor a chivo, hay menos Nike y más Sergio Taccini, no hay bar , ni WIFI, ni plasma que pasa "Dr. House".
Acá hay gente que está en la misma que yo, tratando de remontar lo irremontable.
Mi profesor se llama Luis y es una mezcla de Hector Echavarría en "Los Exterminators" pero pelado como mi papá.
El primer día me mandó a hacer media hora de escalador. Asi, tranca.
Yo  me veía subiendo el monte Everest al lado de dos nenas de 15 años con el culo en la garganta. Después seguí con abdominales y lagrtijas, cuerpo a tierra. Todo bastante parecido a la colimba.
Cuando termino , voy al vestuario y me encuentro con cinco señoras de más de 60 , charlando en el medio del vapor, en bolas, y escucho que un grupo de señores del vestuario de al lado , quizás también en bolas, les gritaban cosas que no me animo a reproducir.
Me bañé como pude y con esa imagen fui hasta mi casa pensando en cuantas sesiones de terapia me va a costar borrar esa imágen de mi cabeza.